Un Rey diferente
Juan
12:12-19
“Al siguiente
día, grandes multitudes que habían
venido a la fiesta, al oír que Jesús
venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban:
¡Hosanna!¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un
asnillo, y montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sion; He aquí
tu Rey viene, Montado sobre un pollino de asna. Estas cosas no las
entendieron sus discípulos al principio;
pero cuando Jesús fue glorificado,
entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de
él, y de que se las habían hecho. Y daba
testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual
también había venido la gente a recibirle,
porque había oído que él había hecho esta señal. Pero los fariseos
dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad,
el mundo se va tras él.”
Por miles de años, el pueblo judío
había estado esperando al Mesías. Esperaban un gran líder militar que se
enfrentara a sus enemigos y restaurara la antigua grandeza y esplendor de
Israel.
Lo que no esperaban es que el Mesías
fuera un carpintero, que no tuviera armas, ni ejército ni poder político, que
sería crucificado en una cruz del opresor romano.
Y, sin embargo, durante su vida, Jesús
había dado evidencia más que suficiente de que era quien decía ser… pero muchos
se negaron a creer que ese era el Mesías.
El Rey del Universo, el Creador de
todas las cosas, caminó en este mundo sin ser reconocido. De vez en cuando, alguien
se daba cuenta de que Jesús era más que un maestro, más que un rabí… pero eran
los menos.
Hasta ese domingo que entró en Jerusalén.
Ese domingo, fue aclamado como lo que
era: el Mesías, el Rey de los judíos, el Salvador.
El domingo antes de la Pascua, con
Jerusalén llena de personas que acudían a la celebración, Jesús entró a
Jerusalén. Hacía unos días que había resucitado a Lázaro y la gente lo esperaba
para verlo y saludarlo. Estaban saludando a un Rey.
Tomaron hojas
de palma y las pusieron ante El. Las hojas de palma se habían convertido en un símbolo nacional de
Israel. Le estaban dando el reconocimiento que no le habían dado antes.
Gritaban “¡Hosanna! Bendito el que
viene en nombre del Señor” (Juan 12.13). Sabían lo que estaban haciendo:
estaban citando un pasaje de los Salmos que se utilizó originalmente para
referirse a los peregrinos que iban a Jerusalén, pero que, con el tiempo, pasó
a referirse al Mesías, a Aquel que salvaría a Israel.
Estaban saludando y alabando al Rey…
pero no se daban cuenta de que era otra clase de Rey. Jesús es diferente a lo
que esperaban, a lo que esperamos.
Jesús entró en Jerusalén sentado en un
pollino, cumpliendo la profecía de Zacarías 9:9 –
“Alégrate mucho, hija de Sion;
da voces de júbilo, hija de
Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde,
y cabalgando sobre un asno, sobre
un pollino hijo de asna.”
Un Rey Justo
Un Rey Salvador
Un Rey Humilde
Nada que ver con lo que el pueblo de
Israel estaba esperando de Su rey. Jesús es un Rey Justo, Salvador y Humilde y
muestra una y otra vez que el poder de Su Reino se encuentra en lo más humilde:
en los lugares más humildes, en las personas más débiles a nuestros ojos, en
aquellos ministerios que pasan desapercibidos.
Zacarías 9:10
“de Efraín destruiré los
carros, y los caballos de
Jerusalén, y los arcos de guerra serán
quebrados; y hablará paz a las
naciones, y su señorío será de mar a
mar, y desde el río hasta los fines de
la tierra.”
Un Rey de Paz.
Hablará de paz, no de guerra. De
entendimiento, no de lucha. De amor, no de armas.
El pueblo que lo saludaba con palmas
no quería paz. Vivían bajo la injusticia romana, querían ser liberados sin
importar cómo. Esperaban confrontación y pelea. A veces también nosotras queremos
ver a Dios peleando a nuestra forma. Enfrentamos situaciones que no entendemos
o personas que nos hacen daño sin comprender por qué Dios no los fulmina de un
solo rayo y los hace desaparecer. Y, sin embargo, no lo hace… El es el Dios de
Paz y demanda paz de nosotros y para nosotros.
Juan 12:23-25
“Jesús les respondió diciendo: Ha
llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra
y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá;
y el que aborrece su vida en este mundo,
para vida eterna la guardará.”
Un Rey preparado para morir.
Para morir por ti. Para morir por mí. Para
morir por todas y cada una de aquellas personas que lo saludaban con sus
palmas.
Jesús es un Rey que vino a conseguir
la más extrañas de las victorias: una victoria que tuvo lugar a través de la
muerte. Jesús vino a rendir Su vida y morir. Dios no está tan preocupado de
nuestra vida como de nuestra muerte. Jesús dijo que seguirle requería morir a
nosotros mismos, tomar nuestra cruz cada día, ser crucificados junto a El.
Es fácil alabar a Jesús como Rey
Todopoderoso, como Creador y Señor… es mucho más difícil alabarle como el Rey
diferente, como el Rey humilde, el Rey de paz, el Rey que da Su vida en rescate
por muchos. Reconocer que Jesús es ese Rey diferente hace que también nosotras,
como Sus seguidoras, debamos ser diferentes.
Que debamos ser mujeres de justicia,
de humildad, de paz, que están dispuestas a renunciar a sí mismas por el Reino
de Dios.
¿Lo estás? ¿Estás dispuesta a aceptar
a este Rey diferente y a ser esa seguidora diferente?
Dejemos nuestro orgullo, nuestros
derechos, nuestros reclamos, nuestra comodidad y escojamos seguir a este Rey
diferente, a este Rey al que encontramos en los lugares y en las personas que
menos pensamos.
Dejemos nuestra ira, nuestra justicia,
nuestro deseo de lucha y escojamos seguir a este Rey de paz, escojamos vivir en
paz y poner la otra mejilla.
Dejemos nuestra vana manera de vivir y
escojamos seguir a este Rey que nos invita a morir con El, a sacrificarnos, a
renunciar, a encontrar nuestra vida eterna por medio de la pérdida terrenal.
Contenta en Su servicio,
Edurne
Amén!
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