El fruto del Espíritu 9 / Mansedumbre




El novelista americano Leo Rosten dijo una vez: “He aprendido que son los débiles los que son crueles y que la mansedumbre debemos esperarla únicamente de los fuertes”. Podemos entender mejor esa cita cuando profundizamos en todo lo que implica la definición de mansedumbre, la cualidad de ser manso.

         El término griego para mansedumbre es “praótes” /praóthv/. El Dr. Zodhiates da la siguiente definición de este término: “praótes denota la calma interior hacia Dios y la aceptación de los tratos de Dios con nosotros, considerándolos buenos, en cuanto afirman nuestra cercanía a Él. La mansedumbre no culpa a Dios por la persecución o la maldad del hombre hacia la persona; no es el resultado de la debilidad, sino la decisión de obedecer a pesar de las consecuencias y de no enojarse ante lo que pueda sobrevenir por esa decisión”.

         Barclay lo define “praótes” como “sumisión a la voluntad de Dios; estar dispuesto a dejar nuestros deseos y necesidades a un lado y poner a Dios y Su voluntad en primer lugar, haciendo con agrado todo aquello que nos demanda aunque eso suponga pagar un precio. La forma adjetival del sustantivo “praótes” se usa para describir a los animales que han sido domados, puestos bajo control. El animal domesticado no pierde su fuerza o su voluntad, sino que voluntariamente se somete a su amo”.

          Mansedumbre es, por tanto, la aceptación de la voluntad de Dios, el sometimiento a Dios y a lo que demande de nosotras aunque eso suponga que pasemos por momentos difíciles. Es humillar nuestra voluntad y rendirla a Dios y a las personas a las que Él nos manda sujetarnos y hacerlo con agrado, con disposición, con aceptación genuina, manteniendo un espíritu humilde, sumiso y obediente, afable para con todos, suave y amable: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Colosenses 3:12); “…sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Timoteo 6:11); “…mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres” (Tito 3:2).

         De nuevo, encontramos en Jesús el mejor ejemplo de lo que es mansedumbre: “…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…” (Mateo 11:28-30) ¿Se puede decir más claro? Somos exhortadas a imitar a Jesús, a aprender de Él, a ser mansas y humildes de corazón. Jesús murió en la Cruz del Calvario pagando por los pecados de toda la humanidad, el justo por los injustos. En Getsemaní lo vemos orando, sudando sangre y diciéndole al Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39) y de nuevo: “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42). Cristo decidió someterse a la voluntad de Dios aunque el precio de eso fuera el padecimiento, la tortura, la muerte y, lo peor de todo, el breve periodo de tiempo separado del Padre para que la obra fuera completada en la Cruz. ¿Cree que porque Jesús era el Hijo de Dios le fue fácil someterse y, en mansedumbre, obedecer a Dios aún sabiendo lo que iba a pasar? Leamos el versículo 38 de Mateo 26 para que usted misma responda esa pregunta: “…mi alma está muy triste, hasta la muerte…” Lo mismo podemos ver en Hebreos 5:7-8.

          Por favor, lea Filipenses 2:5-11, un pasaje en el que Pablo describe el carácter único de la persona y de la obra de Cristo, exaltando su humildad, su mansedumbre, y su obediencia a la voluntad de Dios. La intención de Pablo al incluir este pasaje en la carta a los filipenses es exhortar a los miembros de la iglesia a imitar el carácter de Cristo sometiéndose, sometiéndonos, a la perfecta voluntad de Dios para nuestras vidas.

        Siendo que ser mujeres mansas implica ser mujeres que se someten voluntariamente, con humildad y en obediencia a la voluntad de Dios, ¿A quiénes debemos sujetarnos? ¿Ante quiénes tenemos que someternos? En primer lugar, obviamente, a Dios (Santiago 4:7; Efesios 1:22). Debemos someternos también, con mansedumbre, a las autoridades (Romanos 13:1; 1 Pedro 2:13; Tito 3:1). Debemos someternos a las autoridades seculares porque son puestas por Dios; Dios establece y mantiene el principio de gobierno, aun cuando algunos gobiernos no cumplan los deseos de Dios. Aun bajo el peor gobierno posible, somos exhortadas a sujetarnos a las autoridades, siempre que eso no nos obligue a pasar por encima de un principio bíblico. Tenemos que sujetarnos también a las autoridades que Dios ha puesto sobre nosotras en la iglesia (Hebreos 13:17; 1 Tesalonicenses 5:12); y a nuestros padres, las que todavía los tenemos (Efesios 6:1); en general, debemos ejercitar la mansedumbre sometiéndonos “unos a otros”: “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21) “…y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5).

          Y nosotras, como mujeres cristianas, también debemos sujetarnos a nuestros esposos si lo tenemos. El deber de cada mujer casada es el de someterse a su esposo en mansedumbre: “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor” (Colosenses 3:18) (Ver también Efesios 5:22-24; Tito 2:5; 1 Pedro 3:1). Y el mismo principio que aplica para las autoridades aplica para nuestros esposos: el Señor no nos manda someternos a la autoridad de aquellos esposos que sean buenos, que nos traten bien, que sean atentos, amorosos… Dios nos manda sujetarnos y obedecer a nuestros esposos sean como sean… así estaremos ejercitando el espíritu de mansedumbre que podemos ver en Jesús.

        Que el Espíritu Santo de Dios nos ayude a ser mansas y humildes de corazón, a practicar la obediencia, la sumisión y la sujeción; que nos permita aceptar la voluntad de Dios para nuestras vidas aunque a veces no entendamos por qué suceden las cosas.

        
Para estudiar y meditar -

1. ¿Qué promesas da Dios para los mansos? Salmo 37:11; Mateo 5:5

2. Vamos a regresar al pasaje de Pedro en el que nos habla a las casadas sobre la sumisión a nuestros esposos. Lea 1 Pedro 3:1-6 y tomemos a Sara como ejemplo de mansedumbre. Cuando Dios mandó a Abraham salir de su casa y dirigirse a un lugar desconocido, Sara se sometió a la decisión de su esposo por descabellada que pareciera. Del texto de Pedro podemos inferir que Sara usaba habitualmente la apelación de “señor” hacia su esposo, reconociéndole como su superior y quien tenía el derecho de gobernar su casa. Sara sabía que su deber era estar sujeta a él como cabeza de familia. Lo mismo debemos hacer nosotras como “hijas de Sara”. ¿En qué cosas le cuesta someterse a su esposo? ¿Qué aspectos de su hogar, de su matrimonio, de la crianza de sus hijos sigue queriendo dominar? Anótelo acá y pídale a Dios en oración que la ayude a dejar que su esposo tome las riendas como cabeza de hogar.

3. Eclesiastés 10:4 dice: “Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la mansedumbre hará cesar grandes ofensas” “tu lugar” es el espíritu manso y humilde, que aplaca la ira de la persona que esté enojada contigo. ¿En qué ocasiones específicas y con qué personas específicas debes tomar la decisión firme de permanecer “en tu lugar”?


4. Memorice 1 Pedro 5:5

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