Max







            Tenemos un gran danés en casa llamado Max. Es un perro (¡un poni!) negro y grande que asusta a todo aquel que pasa por la cerca de la casa en cuanto se pone a ladrar.  Una noche, Max estaba muy inquieto y se ponía de pie sobre la cerca del lado de la casa de mi vecina, ladrando y aullando. Nos asomamos pensando que quizás alguien había entrado en su patio, pero no vimos nada. Max siguió ladrando lo suficiente como para no dejarnos tranquilos y, mirando más detenidamente, vimos una figura en el piso de la entrada de nuestra vecina. Era su hijo menor, que nació con síndrome de Down, a raíz de lo cual tiene muchos problemas físicos. Se había desmayado y al caer, se había golpeado la cabeza y estaba sangrando. Rápidamente mi esposo lo llevó con la vecina al hospital puesto que ellos no tienen carro, le dieron unos cuantos puntos al muchacho y regresaron a la casa.
            Desde ese día, nuestro perro no sólo es nuestro, también es de ellos y suelen darle comida. Al ser un gran danés, también tiene un gran estómago y, en cuanto siente que alguno de nosotros se acerca al portón empieza a ponerse ansioso, a dar saltos alrededor esperando a que uno abra para salir corriendo a casa de la vecina, a ver si le han dejado algo para comer.
            Este comportamiento de mi perro Max siempre me recuerda a 1 Pedro 5:8.

Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar

            Y es que me imagino al diablo así, ansioso, nervioso, esperando a que uno abra un poco la puerta para ver por dónde se cuela.

            La semana pasada leíamos en nuestro estudio de Colosenses los versículos 1 y 2 del capítulo 2:
Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca han visto mi rostro; para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo.”

            Y la palabra que llamaba poderosamente mi atención es “lucha”.
            Ese término en griego es /agon/, de donde derivan nuestras palabas “agonía” o “agónico”, dándonos una idea un poco más clara del tipo de lucha que Pablo estaba sosteniendo por los creyentes de Colosas.
            Ahora, recordemos algo: Pablo escribe la carta a los colosenses desde una prisión en Roma. Por lo tanto, ¿Qué tipo de lucha estaba librando? Una lucha espiritual, una batalla que sólo puede ganarse de una forma: en oración.
            Muchas veces olvidamos que estamos en medio de una batalla espiritual con un enemigo que trata de buscar un hueco para poder devorarnos y no le damos la importancia necesaria a este hecho. Y, sin embargo, desde Génesis hasta Apocalipsis, toda la Escritura está llena de ejemplos de personas luchando en esta guerra espiritual en contra de las fuerzas del mal.
            Pablo mismo nos recuerda en Efesios 6:10-18 que tenemos un enemigo y que el Espíritu Santo de Dios nos ha provisto de una armadura espiritual para poder resistir sus ataques y permanecer firmes.
            La iglesia de Colosas estaba atravesando un momento de gran lucha espiritual, en la que los fundamentos de la fe cristiana estaban siendo atacados por tres corrientes diferentes de pensamiento a cada cual más peligrosa: legalistas, místicos y ascetas. Pablo sabía que la única forma de evitar que estos falsos maestros destruyeran la vida espiritual de la iglesia en Colosas era orar.  Una carta es solo un pedazo de papel (o de pergamino en ese tiempo) que los colosenses podían leer o no. Pero la lucha en oración constante y ferviente de Pablo por ellos, ¡ah, querida! ¡Eso sí que era y es poderoso!
            En estos dos versículos, el apóstol describe tres aspectos muy específicos por los que está dando la batalla en oración:
            1. Para que sus corazones sean consolados, animados, que recuperen el entusiasmo, el primer amor ¡Qué fácil es para Satanás derrotar a un creyente desanimado!

            2. Para que estuvieran unidos en amor. La unidad de la iglesia no puede provenir de costumbre o de obligación, sino de amor. De amor por Dios y de amor por el prójimo. Un creyente solo es una presa segura para el enemigo. Pero cuando los creyentes se unen, forman una pared imposible de derribar.

            3. Para que puedan entender completamente que nuestra vida está asegurada en Cristo, la salvación y el proceso para la madurez cristiana. Que conozcan el carácter y la persona de Dios  a través de su imagen perfecta, su Hijo Jesucristo.

            Estamos en guerra, sí, PERO hay tres cosas que quiero que recuerdes:

            1. Dios te ha dado el poder de vencer a Satanás – 1 Juan 4:4 “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.”

            2. Tienes autoridad sobre Satanás – Lucas 10:19 “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.

            3. Ningún arma forjada en tu contra prosperará jamás – Isaías 54:17 “Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.”

            ¿Cómo puedes ejercer el poder y la autoridad? ¿Cómo evitar que ningún arma prospere en contra de ti? Luchando, como Pablo, en oración, por nuestra vida, por nuestra familia, nuestros amigos, nuestra iglesia. Cubriendo en oración cada aspecto de nuestra existencia.
            Esa es la lucha más importante que vamos a librar en nuestra vida ¡Qué alivio saber que estamos del lado de la victoria!

Edurne




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