Una persona es una persona sin importar su tamaño
Una persona es una persona sin importar
su tamaño.
Esta frase no es mía, me temo, es de un
elefante llamado Horton, que pasa por todo tipo de cosas para defender a los
diminutos habitantes de Villaquién en la historia del Dr. Seuss Horton
y el mundo de los quién.
Pero es una frase que me hace pensar, y mucho en nosotras las mujeres.
Una
persona es una persona sin importar su tamaño.
Sin
importar que sea alta, baja, gorda, flaca; sin importar la talla de vestido o
de zapato que usa, sin importar el tamaño de su busto, de sus orejas, su nariz,
sus ojos o su cuello. Sin importar el tamaño de sus caderas, sus tobillos o sus
manos...
...Una
persona es una persona sin importar su tamaño.
Más
aún: una persona merece respeto sin importar su tamaño. Respeto de los demás y,
sobre todas las cosas, respeto de ella misma. Nosotras somos las mayores
críticas que tenemos y somos especialistas en criticarnos a nosotras mismas, en
sacar a la luz nuestros defectos y tamaños, en angustiarnos porque no llegamos
al “estándar”, a la norma y al tamaño “correctos” que se consideran bellos en
la sociedad en la que vivimos. Una persona merece amor sin importar su tamaño,
amor de los demás y amor de ella misma.
¿Me
puedes hacer un favor hoy? ¿Puedes devolverle la sonrisa a esa mujer hermosa
que te está mirando desde el espejo? ¿Puedes mirarla con amor y con respeto sin
sacarle en cara el tamaño de su barriga o de sus muslos? ¿Puedes mirarla como
lo que es, una bella criatura creada a imagen y semejanza del Señor?
Mateo 6:27 “¿Y
quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?”
Querida
amiga ¿por qué te castigas por aquellas cosas que no puedes cambiar? No puedes
cambiar tu estatura, no puedes cambiar tus pies, ni el color de tus ojos o tus
orejas. No puedes evitar las arrugas, ni las canas, ni el efecto de la gravedad
en tu cuerpo... Y, aunque sí hay otras cosas que puedes cambiar y mejorar sobre
ti misma, deja a un lado la crueldad mientras no lo puedes hacer. Afronta los
desafíos de tu cuerpo con ánimo, con cariño, no de forma destructiva.
Aprende
a aceptarte tal como eres para, a partir de ahí, cambiar esos “tamaños” en los
que te has descuidado. Deja de compararte con otras mujeres, ya basta de querer
ser alguien más. ¿Te das cuenta de que la necesidad continua que a veces
tenemos de compararnos con otras (y destrozarnos en el proceso) viene de
Satanás? Te hace perder el gozo, pierdes fuerza, energía, ánimo, dirección,
propósito... Y dejas de creer en ti misma, dejas de valorarte por quién eres y
comienzas a medir tus éxitos y fracasos por cómo te ves. Dios no nos hizo
diferentes para que pudiéramos compararnos unas con otras. Dios nos hizo
diferentes porque se tomó el tiempo necesario para hacer de cada una de
nosotras individuos únicos y especiales.
Acéptate...
Ámate y pasa a la acción.
Pero
por favor, recuerda que una persona es una persona sin importar su tamaño. Sé
amable contigo misma hoy.
Contenta
en Su servicio,
Edurne
Hermosa reflexión,"Dios nos hizo diferentes porque se tomó el tiempo necesario para hacer de cada una de nosotras individuos únicos y especiales". ¡Dios te bendiga!
ResponderEliminarMe encanta tu reflexión. Y me encantan los cuentos del Dr Seuss! Bendiciones
ResponderEliminarJoanna
Muchísimas gracias, una reflexión muy muy valiosa.!!! Dios te bendiga!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por escribirlo y compartirlo. Tendría que pegarlo en la pared de la habitación y leerlo a menudo :)
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