Mi testimonio por Oyuky Navarro de Vázquez
Crecí
en una familia que se dice de religión católica, asistí como la mayoría de los
niños a clases de catecismo y aunque lo repetí nunca pude llevar a cabo la
primera comunión. No recuerdo exactamente el año en que mi madre decidió
integrarse a la iglesia evangélica, pero tengo recuerdos de niña donde asistía
a escuelitas bíblicas de verano. Mi adolescencia la viví siendo ya “cristiana”
o al menos intentando serlo. Sin embargo el Jesús que yo conocía no satisfacía
mi necesidad, me sentía sola, incomprendida, anhelaba muchísimo a mi padre, el
que me dio la vida, y al que veía sólo en vacaciones. Cometí muchos errores
como adolescente, a pesar de haberme bautizado (no recuerdo si a los 14 o 15
años) mi vida no había tenido ningún cambio, muy por el contrario se hundía más
en el pecado, las mentiras y todo lo que ahora el mundo le ofrece a los
jóvenes.
Conocí
al que ahora es mi esposo a los 17 años, íbamos al mismo bachillerato. Después
de nueve meses de noviazgo, quedé embarazada, fue la Catástrofe en mi casa. En
el momento de que me entero de mi embarazo, todos mis planes, toda mi vida
construida en el aire se viene abajo.. me hallaba en un abismo.. no había Dios,
me sentía muy sola, extraviada.. pero una cosa tenía muy clara, no iba a
abortar.. pensaba que si ya había cometido pecado contra Dios no haría el
asunto más grave, no me condenaría más asesinando a un bebé, a un ángel que el
Señor me había mandado. Mi novio se responsabilizó valientemente, creo que no
sabía en la que se metía, ninguno de los dos lo sabíamos, él con sus escasos 16
años y yo recién cumplidos los 18.
Nos
casamos cuando nuestra hija tenía 9 meses de edad, asistíamos ya para ese
entonces a esta iglesia, pero, al menos yo, era una oidora olvidadiza, venía
los domingos, la Palabra hacía mella en mi corazón, trataba de cumplir la ley
de Dios, recataba mi vestimenta, trataba de leer la Biblia, todo era tratar, tratar
y tratar, pero no había fe, no había pobreza de espíritu, todo lo hacía en mis
fuerzas, y obviamente pronto me cansé y me rendí. Recuerdo que antes de dejar
de asistir a la iglesia por completo una de las hermanas me dijo unas palabras
que se quedaron taladrando mi mente y mi corazón durante más de diez años, “que
esperas para volverte a Dios, ya no lo pospongas, o estas esperando que el
Señor trate contigo quitándote a un hijo??” para ese entonces ya tenía yo a mi
segundo hijo, y sus palabras me siguieron por muchos años.. yo dejé de asistir
porque mi esposo lo hizo, después de ser tan entregado a Dios se volvió todo lo
opuesto, yo no entendía porque se alejaba de Dios, ahora se iba con sus amigos,
tomaba, iba a los antros y yo me cansé de luchar contra ello, no confié en Dios
y me rendí y dejé a Dios a un lado y entonces mi matrimonio era igual que todos
los demás.. a veces bien, muchas veces mal, gritos, pleitos, la lucha del más
fuerte en el hogar, cuando estábamos bien.. y fueron muchas ocasiones, todo era
maravilloso y la esperanza era una luz al final del camino, pero muy pronto
todo volvía a ser igual.. Yo creía que con mi amor hacía él lograría cambiarlo,
después creí que recordándole que sus hijos le amaban y le necesitaban él se
convertiría en ese esposo de los cuentos de hadas, pensé también que si era una
mujer bonita, bien arreglada, bien cuidada lo podría retener a mi lado como yo
quería.. nada sirvió.. intenté muchas cosas, le lloraba, le gritaba, le
suplicaba, le exigía, utilicé todas las formas humanamente posibles.. todo lo
que no llevaba la ayuda de Dios y obviamente nada sirvió.
Yo
trabajaba en la empresa de mi suegro, era respetada por muchas personas ahí y
había otras tantas que me apreciaban mucho, ganaba buen dinero y algunas veces
hasta más de lo que él ganaba, que también trabajaba ahí.
El
dinero que yo ganaba, el puesto que tenía, las habilidades que había adquirido
me habían convertido en una copia fiel de Jezabel y había logrado perder a mi
esposo y estaba en camino de perder a mis hijos también.. En el fondo sabía que
lo único que me ayudaría era volver a Dios, pero el miedo, la culpa, el no
querer perder mi “fabulosa” vida me impidieron volver…
Mi
esposo entró a un grupo de Alcohólicos Anónimos, tratando de dejar el alcohol,
y para mi no implicaba ninguna esperanza ya. Al principio, cuando él regresó de
su primer “retiro espiritual” llorando, arrepentido, pidiéndome perdón, yo
medio empecé a creer.. pero días después me di cuenta que todo iba a ser peor..
no salía del grupo, estaba ahí todo el tiempo que no estaba trabajando, desde
como las 8 de la noche hasta a veces 12, 1 o 2 de la mañana.. Odiaba su grupo y
todo lo que tuviera que ver con éste. Muchas veces le gritaba que cómo podía ir
a reunirse y mostrar su cara de santo cuando aquí en su casa ni existía, cómo
podía darle consejos a los demás sobre cómo conducirse, sobre cosas familiares
cuando el descuidaba tanto de sus hijos. Aniversarios de bodas, reuniones con
la familia, cumpleaños, fiebres de 40 grados... nada lo detenía para irse a su
retiro o a sus reuniones de grupo. El argumentaba que iba a aprender cosas para
verterlas en su familia y yo le decía “¿pero a qué hora??? si te la vives ahí.”
Mientras,
en las noches y muy frecuentemente, yo tenía pesadillas, veía imágenes de mis
hijos atormentados, muriendo, desangrándose en mis brazos, despertaba en un mar
de llanto, corría a verlos, a abrazarlos, a besarlos y rogaba a Dios que no me
los quitara. Sabía que Dios me estaba buscando y a pesar de eso, al siguiente
día olvidaba el sueño y seguía hundiéndome más y más en mis pecados, en mi
amargura.. Yo creía a veces que era feliz, o al menos trataba de creerlo.
Cuando
el Señor me llamó otra vez, estábamos a punto del divorcio, mi marido ya se
había ido de casa muchas veces y otras tantas yo lo corría, muchas veces
regresaba por su propia decisión y muchísimas más porque yo se lo pedía,
obviamente cuando regresaba todo era miel sobre hojuelas. Había tolerancia, había
de verdad buenos deseos y sinceras intenciones de mejorar nuestro matrimonio,
durábamos bien unas semanas o meses y al rato nuevamente volvían los pleitos,
los reclamos, mi amargura se encendía otra vez. Yo había ya decidido terminar
el matrimonio, ya estaba pensando como decÍrselo a los niños, que días se los
llevaría él, etc.. Todo lo que un divorcio implica, yo no quería herir a mis
hijos pero era peor vivir entre pleitos.
Hasta
que un día, entre tantas presiones de trabajo, tantísimas deudas derivadas de
una mala racha en la empresa de mi suegro, los problemas con él, todo, derribaron
por fin la coraza de mi corazón, y una tarde, comiendo con mamá, estando mis
hijos, mi hermana y mi papá, sin nada más que me contuviera me solté a llorar,
así en medio de la comida y dije.. mami.. no puedo más.. ya no puedo más con
todo.. fue lo único que logré decir porque no podía dejar de llorar.. todos
lloraban en silencio y mamá me abrazo fuerte. Creo que es entonces cuando las
oraciones de mi madre se incrementaron.
Y mi
vida comenzó a cambiar. Busqué la manera de congregarme otra vez, dejé el
baile, el cigarro, las malas palabras, todo lo que en ese momento podía hacer,
pero mi esposo no quería ir conmigo. Yo oraba a Dios y le pedía por él y Dios
fue cambiando cosas en mi que facilitaron nuestra vida. Comencé a entender cuál
era mi lugar en mi matrimonio y no digo que fue fácil, pero confié en el Señor
y hasta el día de hoy Él me ha ayudado, me ha dado de su gracia. Sin Dios
ninguna mejoría en mi vida era posible, todo era momentáneo.
Soy
una mujer que fue independiente de todos, que me sentía autosuficiente para
salir adelante sola, que creía que una carrera profesional y muchas ganas de
vivir me darían una buena vida.
El
Señor trató conmigo de una manera increíble. Yo era muy liberal, feminista,
dueña de mí y de mis convicciones, siempre creí saber lo que quería y lo que
era mejor para mí y hoy me doy cuenta que sin Jesús nada soy.
Dios
trató con mi esposo de una manera única, Dios contestó mis oraciones y le
escuchó también a él, quitó todo lo que estorbaba en nuestra vida, y aunque al
principio se veía el panorama gris, Dios se fortalece en la debilidad. Nos
quedamos sin trabajo los dos, sin dinero, con muchísimas deudas, hasta los dos
carritos que teníamos los perdimos, uno se vendió y el otro nos lo robaron, la
casa que estábamos pagando tenía ya demanda y estábamos a punto de perderla…
pero entre nosotros el perdón y la restitución se estaba dando cada día, y cada
día Dios ponía en nuestro corazón un amor profundo el uno por el otro. El Señor
me ayudó a perdonarle mucho pero lo principal, me ayudó a pedirle perdón por
todo lo que yo había dañado en su corazón, le ofendí, le denigré, no lo
respetaba, a pesar de que siempre decía que le amaba intensamente siempre le
tuve en poca estima y cada que podía le reprochaba sus errores.
Dios
hizo muchos milagros en nuestra vida, porque en medio de todo esto le teníamos
a Él y una nueva integrante en la familia venía en camino; nuestro tercer hijo,
y tal vez ustedes piensen ¿cómo se pudo embarazar con tantos problemas
económicos? Dios es tan sabio, y muchas veces no entendemos lo que prepara para
nuestras vidas. Nuestra bebé vino a llenar de amor nuestro hogar, como el sello
de un nueva promesa de Dios para nosotros. A lo mejor la escena no era la más
deseada, sin dinero, sin trabajo, con muchas deudas, problemas y embarazada;
pero teníamos a Dios y eso era lo mejor. La mañana en que nuestra pequeña Sadeé
nació, le avisaron a mi esposo que ya tenía trabajo, era una llamada que
estábamos esperando hacía como tres meses ya y ese día le dijeron, “preséntate
para firmar contrato”. Dios recompensa de maneras hermosas y es un Dios fiel
que en nuestra familia ha ido cumpliendo sus promesas, Él está perfeccionando
la obra que comenzó en nosotros, le ha
dado a nuestra familia y a nuestras vidas del agua viva de la que teníamos
tanta sed.
Ahora
nuestro matrimonio es cordón de tres dobleces y él más importante es nuestro
Dios que nos rescató de la muerte y que sabemos que seguirá con nosotros, y a
Él sea toda la gloria, que sin Él nada de esto sería posible.
Josué 1:9
Mira que te mando que
te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios
estará contigo en dondequiera que vayas.
Oyuky Navarro de Vázquez
Poderoso
testimonio ¡Gracias Oyuky por compartirlo! Espero que sea de bendición para tu
vida como lo ha sido para la mía. ¿Tienes algún testimonio de lo que Dios ha
hecho en tu vida, en tu matrimonio, con tus hijos...? Si quieres compartirlo,
envíamelo a edurnecia@hotmail.com. Leer
lo que Dios hizo y hace en la vida de otras personas nos ayuda a darnos cuenta
de que no estamos solas en medio de nuestras luchas y problemas y nos ayuda a
seguir adelante, ¿no crees?
Gracias, por tu valentía! Puedo compartirlo en un grupo para evangelizar??
ResponderEliminarHola!!! Es para la Gloria de Dios!! Claro que sí puedes. Bendiciones ;) atte. Oyuky
EliminarQue testimonio tan grande, y yo también puedo decir lo mismo, en medio de toda la angustia de un divorcio seguro, Dios tomó control de nuestras vidas y no restauró nuestro matrimonio, sino que lo hizo nuevo!! claro, también empezaron circunstancias difíciles, pero con el cordón de tres dobleces, se van superando... también me robaron mi carrito, se fracturó el brazo mi hija, se fracturó la pierna mi suegra, e ingresado gravemente a mi padre, pero no hay mejor alivio que saber que Dios tiene el control de todo eso y sentir su poder, su fuerza y su amor. Además tener el hombro de mi esposo para llorar en los pasillos del hospital y ver a mi familia orando juntos, eso realmente me hace sentir la misericordia que Dios tuvo para nosotros es incomparable e indescriptible. Bendiciones y gracias por compartir la fidelidad de Dios en tu familia!!
ResponderEliminarGracias a ti por leerlo y también por compartir un poco del tuyo, estoy segura que aún tienes muchísimo más que decir sobre lo que el Señor ha hecho en tú vida. Gloria a nuestro Dios por todas estas cosas. :')
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