Fe sincera
En
la familia de Timoteo la fe era algo que pasaba de generación en generación.
De
Loida a Eunice. De Eunice a Timoteo.
Dos
mujeres que amaban a Dios y vivían su fe de manera tal que daban importancia a
lo que realmente la tiene. Dos mujeres que se encargaron de pasar su legado de
fe al pequeño Timoteo quien, con el tiempo, se convertiría en un gran hombre de
Dios.
¿Nos
damos cuenta de que más allá de que nuestros hijos memoricen versículos, sepan
historias bíblicas o canten coritos de la iglesia, estos irán creciendo hasta
convertirse en hombres y mujeres que – esperemos – sirvan a Dios?
Una
de las mayores quejas de nuestros jóvenes es la hipocresía entre los creyentes.
Dicen
una cosa y hacen otra.
Decimos
amar a Dios y a los hermanos el domingo en la iglesia y después en casa no nos
cansamos de criticar a fulanito o a menganita.
Decimos
orar por otros en la reunión de oración y después en casa nunca encontramos
tiempo para Dios.
Decimos
a grandes voces dónde fallan los demás o qué pecados vemos en ellos y después
en casa nos dedicamos a cometer exactamente los mismos pecados o peores.
Hipócritas.
Así
nos ven nuestros jóvenes.
Y
si, muchas veces, esto no es más que una excusa a la que agarrarse para
justificar su propio pecado o su falta de ganas de vivir una vida agradable a
Dios, no podemos eludir nuestra responsabilidad de vivir una fe no fingida, una
fe sincera, una fe de verdad.
Hacer lo que decimos. Vivir lo que predicamos.
No
somos responsables de las decisiones que nuestros hijos tomen cuando crezcan,
pero sí somos responsables de darles la base y el ejemplo de cómo vivir en la
fe y de darles las herramientas necesarias para que esas decisiones sean correctas.
2 Timoteo 3:15
“y que desde la niñez has sabido
las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por
la fe que es en Cristo Jesús.”
¿Cuál
es la finalidad máxima, el objetivo primordial de enseñarles la Biblia a
nuestros hijos?
Que
puedan conocer al Salvador.
Que puedan
rendir su vida a Cristo.
Que
puedan vivir conforme a la Palabra.
Que
puedan tener una vida de servicio a Dios donde sea que Él les ponga.
Como
madres, todas queremos eso ¿cierto? Todas deseamos que nuestros hijos tengan
una relación vibrante y viva con el Señor, que le amen, que le sirvan de
corazón. Pero a veces nosotras mismas somos de tropiezo.
No
podemos tener ese objetivo para nuestros hijos si nosotras no vivimos de esa
forma.
No
podemos pensar que, enseñándoles a hacer las cosas mal, ellos las van a hacer bien.
No
podemos creer que ellos escucharán lo que decimos y cerrarán los ojos a lo que realmente
hacemos.
Si
nosotras vivimos una fe fingida, ellos aprenderán a vivir una fe fingida. A
decir las cosas correctas, a hablar en la jerga cristiana, a orar palabras
elocuentes en público…
…y a
vivir como les dé la gana, a tener un corazón alejado de Dios, a juzgar a otros
con dureza y disfrazar su pecado a los ojos de los demás.
Loida
y Eunice vivieron una fe no fingida. Una fe sincera. Una fe no hipócrita, no
disfrazada. Una fe real, una fe de verdad.
Haz
una reflexión profunda en el día de hoy y piensa: ¿Qué fe estás viviendo tú? ¿Qué
ven tus hijos? ¿Una fe sincera o una fe fingida?
Seamos
modelos de fe para todas las personas que nos rodean. Para nuestros hijos en
casa, para nuestros jóvenes en la iglesia. Demos prioridad a nuestra relación
con el Señor para que todas las demás relaciones que tenemos con las personas
funcionen como debe de ser.
En
mi caso, no siempre vivo una fe sincera. Te lo confieso. Hay ocasiones en las
que finjo, situaciones en las que digo una cosa y hago otra, en las que mis
hijos no me ven vivir mi fe de acuerdo a lo que yo les enseño. Muchas. ¿El
objetivo? Darme cuenta de
eso, esforzarme y acercarme más a Dios para que esas situaciones sean cada vez
menos.
Si
te animas, cuéntame en un comentario cómo vives tu fe y qué impresión tienes
sobre este tema. Me encantaría conocer tu opinión.
Contenta en Su servicio,
Edurne
Hola!
ResponderEliminarCuanta razon tienes. En casa, desde hace tiempo, empezamos a orar juntos como familia. Como consecuencia, me he dado cuenta, que estámos mas unidos como familia, y hay más comunion con nuestro Padre Celestial.
Hay un mismo espíritu.
Esto nos ha servido a estar en los caminos de El Señor. En el momento en que nos desviamos, no nadamás los adultos nos damos cuenta de nuestro pecado (error, al criticar, mentir, etc) sino ya también el niño o la niña nos lo hacen ver.
Muchas gracias Edurne por tu servicio, eres de gran bendicion para mi vida.
Bendiciones para ti, desde San Antonio, Texas.
Gracias Marichu! QUé lindo no solo ser nosotros el sostén de nuestros hijos sino también tenerlos como apoyo para nuestro caminar espiritual. Muchas gracias por compartir tu experiencia. Bendiciones!! :)
ResponderEliminarDios te cuide y te siga bendiciendo y dándole mucha sabiduría para compartir con nosotras. Muchas veces nos preguntamos en que hemos fallado y no queremos darnos cuenta que nosotros mismos somos tropiezo para nuestros hijo, y no sólo para ellos para los demás.
ResponderEliminarNo dejes de usar el don que Nuestro Padre Celestial te ha dado. Dios te siga bendiciendo.
Dios te cuide y te siga bendiciendo y dándole mucha sabiduría para compartir con nosotras. Muchas veces nos preguntamos en que hemos fallado y no queremos darnos cuenta que nosotros mismos somos tropiezo para nuestros hijo, y no sólo para ellos para los demás.
ResponderEliminarNo dejes de usar el don que Nuestro Padre Celestial te ha dado. Dios te siga bendiciendo.