Amar bien (2)
Durante esta semana voy a
estar hablándote sobre el amor y animándote a amar bien a las personas a tu
alrededor. Es un tema muy amplio para un solo artículo, así que lo dividiré en
varias partes. ¡Espero que lo disfrutes!
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Todas conocemos la
descripción del amor que se hace en 1 Corintios 13. Hoy quiero centrarme en los
primeros tres versículos que aparecen justo antes de esa descripción para que
veamos que nada de lo que hagamos en esta vida sirve de nada si no está
motivado por el amor.
El propósito principal
de que Pablo escribiera este pasaje fue el de confrontar a la iglesia de
Corinto por su abuso y excesiva confianza en los dones espirituales. Es por eso
que dedica los primeros tres versículos a explicarles a los corintios que el
amor no solo es algo más grande que cualquier don espiritual, sino que debería
ser el motor de lo que hacemos y de lo que somos, especialmente de nuestro
servicio al Señor.
1
Corintios 13:1
Si yo hablase lenguas humanas
y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que
retiñe.
El hablar lenguas
humanas y angélicas se refiere en primera instancia al don de lenguas que
todavía estaba vigente en la época en la que Pablo escribe. Los corintios
estaban encantados con los dones espirituales, especialmente con el don de
lenguas. El apóstol les recuerda que los dones espirituales no tienen sentido
sin amor.
Si los dones no están
basados en amor, algo como el don de lenguas se convierte en ruido y nada más.
“La gente de poca religión es siempre ruidosa; aquel que no tiene el
amor de Dios y del hombre llenando su corazón es como un camión vacío yendo
violentamente colina abajo: hace un gran ruido, porque no hay nada adentro.”
(Josiah Gregory, citado en Clarke)
1
Corintios 13:2
Y si tuviese profecía, y
entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal
manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
Por mucho que sepamos
interpretar la Palabra de Dios, por mucho conocimiento bíblico y humano que
tengamos. Por mucha que seamos personas de fe, sin amor no somos nada.
Los corintios estaba
olvidando el motivo y el fin de los dones: el de edificar al cuerpo de Cristo. Los
estaban usando para sus propios fines y para mostrarse ante los demás como “más
espirituales”.
Pablo, citando la idea
de Jesús, hace referencia a la fe que trasladase los montes (Mateo 17:20). ¡Qué
asombroso sería tener fe que pudiera lograr lo imposible! No obstante, aun esa fe no nos convierte en nada
si no tiene amor.
“Un hombre con gran fe puede mover grandes montañas; pero las pondrá en
el camino de alguien más – o justo encima de alguien más – ¡si no tiene amor!”
- Spurgeon
1
Corintios 13:3
Y si repartiese todos mis
bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser
quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
Jesús le pidió al joven
rico que repartiese todos sus bienes a los pobres y le siguiera (Mateo
19:16-23). Él se rehusó, pero incluso aunque lo hubiera hecho, si no lo hubiera
hecho por amor, no habría servido de nada.
Lo mismo nos pasa hoy
en día. Podemos dar todo lo que tenemos, dar todo nuestro tiempo, todo nuestro
dinero, toda nuestra vida y ponerla al servicio de Dios. Pero si nuestra
motivación no es el amor, serán acciones innecesarias.
Aunque hagamos algo tan
espectacular como entregar nuestros cuerpos para ser martirizados, si no es un
acto de amor, no sirve de nada. Puedo entregar mi vida por miles y sacrificarme
en favor de otros, pero si mi motivación para hacerlo no es el amor, será un
acto inútil.
Cada cosa descrita en 1
Corintios 13:1-3 es algo bueno. Los dones son buenos y necesarios. El
sacrificio es bueno y necesario para la vida del creyente. Pero el amor es tan
valioso, tan importante, que fuera de él, cualquier otra cosa buena es inútil.
En ocasiones, cometemos el gran error de quedarnos con lo bueno en lugar de
buscar lo mejor.
¿Cuál es la motivación
detrás de lo que haces? ¿Qué te motiva a ejercitar los dones espirituales que
hay en ti, a servir a Dios, a sacrificar tu tiempo y tu dinero en Su obra? ¿Es
el amor a Dios y a otros? ¿O es el deseo de que te vean y te reconozcan?
Nuestro anhelo de
recompensa debe estar en el cielo, no aquí en la tierra. Debemos aspirar a que
nuestro Señor nos diga “bien hecho” y nos dé nuestras coronas. Sin embargo,
muchas veces no es eso lo que nos motiva a servirle y a sacrificarnos, sino que
nos movemos por lo que otros piensan o por el reconocimiento de las personas a
nuestro alrededor.
1
Corintios 3:11-15
Porque nadie
puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si
sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera,
heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la
declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el
fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá
recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él
mismo será salvo, aunque así como por fuego.
Los demás no pueden ver
nuestros motivos, pero Dios sí. Llegará un momento en el que estemos ante Él y
nuestras obras serán juzgadas. Todo lo que hagamos hecho en amor permanecerá
(oro, plata, piedras preciosas). Sin embargo, todo lo que hayamos hecho con
otra motivación se quemará (madera, heno, hojarasca).
Asegurémonos de que
todo lo que hagamos para el Señor lo hagamos en amor. Que nuestra motivación
sea siempre nuestro amor a Dios y nuestro amor a los demás.
Contenta
en Su servicio,
Edurne
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Lee la primera entrada de la serie aquí - Amar bien (1)
Gracias amiga Edurne, tu claridad y concreción me ayudan mucho, ves con sencillez lo que parece complicado y nos edifica mucho.
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