¿Creer para ver o ver para creer?
Juan
20:29
“Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás
creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron.”
Ayer,
domingo de Resurrección, estuve leyendo este capítulo 20 del Evangelio de Juan
y me llamó la atención el modo en el que creer y ver se relacionan en este
pasaje.
Había
mucho para ver en esa mañana en la que María Magdalena se dirigió, con un grupo
de mujeres, a la tumba en la que Jesús había sido sepultado. Había terminado el
Sabbat, el día de reposo, y ya podía llevarse a cabo la tarea de preparar el
cuerpo de Cristo para una sepultura permanente. No sabíamos cuántas mujeres
había exactamente, pero sí sabemos que con María Magdalena estaban “la otra
María” (Mateo 28:1), que era María de Betania, la hermana de Lázaro, María la
madre de Jacobo y Juana (Lucas 24:10).
Estas
mujeres habían pertenecido al círculo íntimo de Jesús. Habían escuchado sus enseñanzas,
le habían preparado comida, le habían seguido hasta los pies de la cruz y, en
esa mañana de domingo, llevaban los ungüentos y las hierbas aromáticas para
preparar su cuerpo.
Esa
tumba pertenecía a José de Arimatea, quien por su posición, probablemente tendría
una tumba escavada en roca sólida. Se encontraba en un jardín cercano al lugar
de la crucifixión (Juan 19:41). La tumba tendría una pequeña entrada y quizás
más de un compartimento en el que los cuerpos pudieran dejarse después de ser
momificados con especias, ungüentos y tiras de lino. Según la costumbre, los
judíos dejaban estos cuerpos por algunos años hasta que se reducían a los puros
huesos y, después, esos huesos se depositaban en pequeñas cajas llamadas
osarios. Los osarios permanecían en la tumba justo a los restos de los otros
miembros de la familia.
La
puerta de la tumba estaba hecha de una piedra pesada en forma circular puesta
en la entrada de forma tal que solo pudiera ser movida por varios hombres
fuertes. Esto se hacía para asegurar que los restos no fueran perturbados por
ladrones de tumbas que buscaban los tesoros con los que algunos hombres
pudientes eran enterrados.
Cuando
María Magdalena y las otras mujeres llegaron a la tumba, vieron que la piedra había
sido quitada del sepulcro.
La
piedra no fue quitada para que Jesús saliera, sino para que ellas pudieran ver el milagro.
Lucas
nos da un detalle más del evento, nos dice que las mujeres estaban “perplejas”
al ver que la piedra había sido removida.
¿Por
qué estaban perplejas? ¿Acaso no eran parte del círculo íntimo de Jesús? ¿Acaso
no le habían escuchado decir que le era necesario regresar al Padre? Les había
dicho a sus discípulos, a sus amigos, a sus seguidores, que tenía que ir a
Jerusalén, padecer, morir y que iba a resucitar al tercer día (Mateo 16:21;
Lucas 24:6-7) ¿Acaso no conocían las
profecías?
1
Corintios 15:3-4
“Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las
Escrituras (Salmo 22:15; Isaías 53:5-12; Daniel 9:26; Zacarías 13:7) y que
fue sepultado y que resucitó al tercer día conforme
a las Escrituras (Isaías 53:10; Oseas 6:2).
¿Por
qué estaban perplejas entonces?
No
eran las únicas, cuando María Magdalena les dio la noticia a los once, “les parecía locura y no las creían”
(Lucas 24:11). Y Pedro y Juan salieron corriendo a ver qué estaba pasando.
Cuando llegaron a la tumba, Juan, “el otro discípulo”, que corrió más rápido, “se bajó a mirar” sin entrar al sepulcro
y “vio” los lienzos colocados en
perfecto orden, no cortados ni enmarañados. Pedro “vio” el sudario enrollado en un lugar aparte. Y cuando Juan, ahora
sí en la tumba, vio el sudario, creyó.
Tuvieron que ver para creer.
Más
adelante en ese capítulo 20, Juan cuenta cómo Jesús se apareció a los
discípulos ese mismo día. Tomás estaba ausente en ese momento y dijo: “si no viere en sus manos la señal de los
clavos y metiere mi dedo en el lugar de los clavos y metiere mi mano en su
costado, no creeré.” (Juan 20:25)
Necesitaba ver para creer.
Y
Jesús, cuando se apareció de nuevo unos días después, ya con Tomás, fue
directamente hacia él y le dijo: “pon aquí tu dedo y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan
20:27).
Y ahí Tomás vio y creyó.
Pero
Jesús dijo “bienaventurados los que no
vieron y creyeron”.
Bienaventurados los que no vieron y
creyeron… bienaventurados los que creyeron sin tener que ver.
No
quiero ser demasiado dura con los discípulos. Estaban desorientados, abatidos
¡Jesús había muerto! ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Y si todo lo que habían visto,
oído y vivido junto a Jesús no era verdad? ¿Y si no era el Mesías? ¿Y si habían
seguido al hombre equivocado? Las dudas y el temor los atenazaban y no les
dejaban creer plenamente en que era verdad, en que el Mesías estaba cumpliendo
con el plan de Dios tal y como había de ser, tal y como estaba Escrito.
El
mismo Juan dice que “aun no habían
entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos”
(Juan 20:9)
Los
discípulos, las mujeres en la tumba, nosotras, necesitamos muchas veces ver
para creer…
Pero
Jesús nos invita a creer para ver.
Creer
para ver el milagro.
Creer
para ver lo que Él puede hacer.
Creer
para ver Su poder, Su paz, Su gozo.
Creer
para confiar en Sus promesas.
Creer para verle a Él…no en el
pasado con lo que hizo, ni en el futuro con lo que hará, sino en el hoy, en el
ahora.
Creer
para ver requiere poner nuestra fe en práctica, demanda ir contra natura,
contra toda lógica, contra toda razón.
Es escoger creerle a Él…para
poder ver todo lo que Él puede hacer en nosotras, con nosotras y a través de
nosotras.
¿Qué
vas a hacer tú? ¿Vas a ver para creer o vas a creer para ver?
Bienaventurados los que no
vieron y creyeron.
Contenta en Su servicio,
Edurne
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