La madre de los hijos de Zebedeo - serie Mujeres del Nuevo Testamento
Mateo 20:20-23
Entonces
se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante
él y pidiéndole algo. El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu
reino se sienten estos dos hijos míos,
el uno a tu derecha, y el otro a
tu izquierda.
Entonces
Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo
he de beber, y ser bautizados con el
bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. El les dijo: A
la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis
bautizados; pero el sentaros a mi
derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está
preparado por mi Padre.
Comparando Marcos 15:40, Mateo 27:56 y Juan 19:25,
podemos llegar a la conclusión de que la madre de los hijos de Zebedeo tenía por
nombre Salomé. Su esposo y sus hijos (Jacobo y Juan) eran pescadores (Mateo
4:21; Marcos 1:19-20) y pertenecían a una familia acomodada, puesto que
disponían de jornaleros que trabajaban para ellos.
Salomé parece haber sido una discípula de Jesús
desde el comienzo de su ministerio público (Mateo 27:55-56; Marcos 15:40-41).
Era una de las mujeres que siguieron a Jesús desde Galilea hasta
Jerusalén y le servía. Es un viaje de más de 100 km. que seguramente lo hizo
andando y en condiciones muy difíciles.
Salomé estuvo presente en la muerte de Jesús. Cuando
todos los apóstoles (menos Juan) le abandonaron en la crucifixión, Salomé junto
con otras mujeres permaneció al lado de su Señor, viendo el sufrimiento y el
dolor que Jesús estaba experimentando por amor a ellos (Marcos 15:40-41).
Y estuvo también con las mujeres cuando vinieron a
la tumba de Jesús para ungir su cuerpo con especias aromáticas, como era la
costumbre (Marcos 16:1). Allí recibieron por medio de ángeles la noticia de que
Jesús había resucitado ¡Su Señor estaba vivo! ¡Qué privilegio recibió! Fueron
las primeras en saber la buena noticia y salieron gozosas de la tumba para
compartir la verdad de la resurrección.
Esta mujer tuvo, sin embargo, un momento en el que
su amor de madre cegó su entendimiento de Jesucristo.
Salomé había oído con toda probabilidad a Jesús
dando la promesa a los discípulos de que los doce se sentarían en tronos para
juzgar a las tribus de Israel (Mateo 18:28). Y se acercó a Jesús para pedirle
un lugar de preeminencia para sus hijos en esos tronos: quería que uno se
sentara a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús.
Sin duda, esta mujer estimaba en gran medida a sus
hijos, ¿qué madre no lo hace? Pero Salomé olvidó, al hacer esta petición, que
Dios da gracia al humilde (Santiago 4:6) y que, el que quiera ser el primero en
el reino de Dios, debe ser el primero entre los siervos.
Mateo 20:25–28
Entonces
Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las
naciones se enseñorean de ellas, y los
que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será
así, sino que el que quiera hacerse
grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser
servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Vivimos en una sociedad donde lo que prevalece es la
autoestima, el promocionarse, el ir ascendiendo en el trabajo, en los negocios...
casi de cualquier manera. Y esta tendencia está entrando en las iglesias.
Muchos cristianos piensan que Dios quiere que estemos sanos, seamos ricos,
prósperos, felices, realizados. Pero poco se habla del sacrificio, poco sabemos
del dolor y el sufrimiento. Le hemos dado lugar al orgullo y hemos olvidado
todo lo que tiene que ver con la humildad. Se ha hecho una virtud del orgullo y
de la humildad una debilidad.
Volviendo a
Salomé, a veces nosotras también podemos caer en el mismo error que ella: amamos
tanto a nuestros hijos que no somos objetivas y quizás queremos que estén en
posiciones que no les corresponden. Con la excusa de servir al Señor, los
incitamos, e incluso presionamos a que hagan cosas que ni son de fe ni son la
voluntad de Dios. Tenemos que dejar que sea Dios mismo, si Él quiere, el que
ponga a cualquier persona en alguna responsabilidad o liderazgo, pero no forzar
la situación.
Aprendamos de esta mujer y de su error a la hora de
promocionar a sus hijos y enseñemos a nuestros hijos el valor del esfuerzo, del
trabajo duro, de la humildad, en lugar de enseñarles a encontrar “atajos” para
conseguir sus deseos. Démosles las herramientas que necesitan para que puedan
escuchar y obedecer la voluntad de Dios para su vida y ayudémosles a cultivar
un corazón humilde.
Contenta en Su servicio,
Edurne
hola buenas tardes es muy completa su información...solo que nesecito saber de que tribu es la madre de los hijos de Zebedeo le agradecería mucho que me proporcionara la información gracia:)
ResponderEliminarSe supone que era hermana de la madre de Jesús. Juan 19:25
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